sábado, 10 de diciembre de 2011

¿Ver o sentir? ¿Sentir o ver?


 Todos conocemos el refrán : “ojos que no ven, corazón que no siente”. ¿Quién no lo ha oído alguna vez? Pero, ¿acaso nos lo hemos planteado? ¿Es la ceguera lo que mitiga el sentimiento, o por el contrario la insensibilidad nos hace ciegos?
Lo cierto es, que en mi opinión, ambas afirmaciones son ciertas. Todos los días en el mundo se comenten una y mil atrocidades: robos, asesinatos, violaciones, atentados… Probablemente no nos enteremos ni de la mitad de las cosas malas que ocurren a nuestro alrededor. Por lo tanto, si no nos damos cuenta de ello, no podemos intervenir, ni tampoco lamentarnos. Ojos que no ven, corazón que no siente.
Pero, ¿acaso no nos damos cuenta de muchas otras cosas? La globalización hace posible que la información procedente de todo el mundo llegue a nuestro hogar, y aunque no todas, podemos ver muchas de las atrocidades que he mencionado anteriormente. ¿Y qué sentimos? ¿Compasión? ¿Y de qué sirve la compasión? No basta sentir pena por las personas que sufre, no si después apagamos el televisor y salimos a la calle a dar una vuelta como si nada hubiera pasado. No si cuando te encuentras a un indigente por la calle te cambias de acera. No si sencillamente cierras tu corazón para que tus ojos descansen. Ahora has visto, pero no quieres sentir. Y quien no quiere sentir, ciertamente no siente. Estas personas también son ciegas, y su ceguera es algo mucho más grave, porque es totalmente voluntaria.
No es necesario ir muy lejos para observar comportamientos de este tipo. Seguramente en nuestro entorno más cercano podemos encontrar ciegos de las dos modalidades. Es más, también nosotros podemos ser ciegos. Si una persona cercana a nosotros está deprimida, habrá quien no se dará cuenta, porque no es muy observador, y habrá quien se dará cuenta pero no hará nada para remediarlo. El mérito es para las personas que se acercan a preguntarle que le ocurre.
¿Por qué tenemos tanto miedo de actuar? El que no ve no tiene culpa de nada, hay personas que son más sensibles que otras, y quizá, si el que no ve viera, actuaría. Pero los que ven y corren en dirección contraria seguramente lo hagan motivados por el miedo. Como si alguien pudiera criticarnos por ofrecer nuestra ayuda, o quizás temamos no estar a la altura de las circunstancias que se presenten.
Es cierto que no es fácil, no podemos pretender que vamos a cambiar el mundo con nuestra actuación, porque no somos nada, solo un ser vivo más perdido en un oceano de vida. En este sentido, no podemos dejar que lo que pasa en el mundo nos afecte. Si pudieramos sentir todo el dolor de todas las personas que sufren en cualquier lugar, nos quedaríamos helados, sin poder movernos, sin poder hacer nada, así que estaríamos en la misma situación de pasividad. No podemos romper a llorar cada vez que vemos un telediario, pero si ser un poco más empáticos, esto es ponerse en el lugar de las personas menos afortunadas. Solamente pararse todos los días durante cinco minutos y pensar que somos otra persona (alguien en un país en guerra, alguien sin familia, alguien muriéndose de hambre) nos ayudaría a crecer interiormente. Porque, a fin de cuentas, es muy difícil, por no decir imposible, luchar por una causa con la cual no te sientes identificado.
También es necesario remarcar que, en ocasiones, la mejor ayuda que podemos ofrecer al mundo es abrir los ojos de los demás. Si sabemos que hay alguien cercano que o bien no ve, o bien no quiere ver, entonces intentemos que vea.

No queda mucho más por decir, sencillamente hay que plantearse una cuestión:
¿Qué clase de persona queremos ser?  Es peligrosamente fácil mirar para otro lado, olvidar lo que vemos para evitarnos dolor, pero, ¿qué sería del mundo si todos pensáramos así?
Una persona no hace nada, un millón sí. ¿Vamos a ser parte de ese millón?


No hay comentarios:

Publicar un comentario