Todos conocemos el refrán : “ojos
que no ven, corazón que no siente”. ¿Quién no lo ha oído alguna vez? Pero,
¿acaso nos lo hemos planteado? ¿Es la ceguera lo que mitiga el sentimiento, o
por el contrario la insensibilidad nos hace ciegos?
Lo cierto es, que en mi opinión,
ambas afirmaciones son ciertas. Todos los días en el mundo se comenten una y
mil atrocidades: robos, asesinatos, violaciones, atentados… Probablemente no
nos enteremos ni de la mitad de las cosas malas que ocurren a nuestro
alrededor. Por lo tanto, si no nos damos cuenta de ello, no podemos intervenir,
ni tampoco lamentarnos. Ojos que no ven, corazón que no siente.
Pero, ¿acaso no nos damos cuenta de
muchas otras cosas? La globalización hace posible que la información procedente
de todo el mundo llegue a nuestro hogar, y aunque no todas, podemos ver muchas
de las atrocidades que he mencionado anteriormente. ¿Y qué sentimos?
¿Compasión? ¿Y de qué sirve la compasión? No basta sentir pena por las personas
que sufre, no si después apagamos el televisor y salimos a la calle a dar una
vuelta como si nada hubiera pasado. No si cuando te encuentras a un indigente
por la calle te cambias de acera. No si sencillamente cierras tu corazón para
que tus ojos descansen. Ahora has visto, pero no quieres sentir. Y quien no
quiere sentir, ciertamente no siente. Estas personas también son ciegas, y su
ceguera es algo mucho más grave, porque es totalmente voluntaria.
No es necesario ir muy lejos para
observar comportamientos de este tipo. Seguramente en nuestro entorno más
cercano podemos encontrar ciegos de las dos modalidades. Es más, también
nosotros podemos ser ciegos. Si una persona cercana a nosotros está deprimida,
habrá quien no se dará cuenta, porque no es muy observador, y habrá quien se
dará cuenta pero no hará nada para remediarlo. El mérito es para las personas
que se acercan a preguntarle que le ocurre.
¿Por qué tenemos tanto miedo de
actuar? El que no ve no tiene culpa de nada, hay personas que son más sensibles
que otras, y quizá, si el que no ve viera, actuaría. Pero los que ven y corren
en dirección contraria seguramente lo hagan motivados por el miedo. Como si
alguien pudiera criticarnos por ofrecer nuestra ayuda, o quizás temamos no
estar a la altura de las circunstancias que se presenten.
Es cierto que no es fácil, no
podemos pretender que vamos a cambiar el mundo con nuestra actuación, porque no
somos nada, solo un ser vivo más perdido en un oceano de vida. En este sentido,
no podemos dejar que lo que pasa en el mundo nos afecte. Si pudieramos sentir
todo el dolor de todas las personas que sufren en cualquier lugar, nos
quedaríamos helados, sin poder movernos, sin poder hacer nada, así que
estaríamos en la misma situación de pasividad. No podemos romper a llorar cada
vez que vemos un telediario, pero si ser un poco más empáticos, esto es ponerse
en el lugar de las personas menos afortunadas. Solamente pararse todos los días
durante cinco minutos y pensar que somos otra persona (alguien en un país en
guerra, alguien sin familia, alguien muriéndose de hambre) nos ayudaría a
crecer interiormente. Porque, a fin de cuentas, es muy difícil, por no decir
imposible, luchar por una causa con la cual no te sientes identificado.
También es necesario remarcar que,
en ocasiones, la mejor ayuda que podemos ofrecer al mundo es abrir los ojos de
los demás. Si sabemos que hay alguien cercano que o bien no ve, o bien no
quiere ver, entonces intentemos que vea.
No queda mucho más por decir,
sencillamente hay que plantearse una cuestión:
¿Qué clase de persona queremos
ser? Es peligrosamente fácil mirar
para otro lado, olvidar lo que vemos para evitarnos dolor, pero, ¿qué sería del
mundo si todos pensáramos así?
Una persona no hace nada, un millón
sí. ¿Vamos a ser parte de ese millón?
No hay comentarios:
Publicar un comentario