“Ojos que no ven, corazón que no siente”. Es un buen
refrán. Como todos los refranes, viene de la tradición popular, y el pueblo
nunca se equivoca.
Es verdad que si no ves algo, es muy difícil que lo
sientas. Ver para creer. Pero puedes ver a través de los ojos de otro, con lo
que literalmente el refrán quedaría invalidado. Pongamos el supuesto de que tu
pareja te es infiel. Si ves esa
infidelidad, sentirás dolor, ira,… Si te la cuentan es casi como si la hubieras
visto por ti mismo, pero si no la ves, sigues tu vida tranquilamente, desconocedor de lo que se pasa
por la mente de tu pareja, en paz. No puedes sentir nada por algo que todavía
no has visto, o no han visto por ti. Aun así peca de generalista. Un buen
ejemplo de ello es la fe y su práctica. Porque los creyentes sienten sin ver, es
más, ni siquiera están seguros de que aquello que no ven exista. Y, aunque para
algunos la fe es su realidad más certera, otros creen que no hay nada más allá,
pero tampoco pueden estar seguros de
ello; no se es no creyente, sino creyente en nada, con lo que también sienten
sin ver. Que paradójico.
Es curioso que, si invertimos el refrán, la resultante es
potencialmente más creíble. Pongámonos en la mente de un general, soldado, etc. Nazi. Ahora,
setenta años después, los juzgan, pero ¿realmente tenían conciencia de que lo
que hacían estaba mal? No defiendo en absoluto el genocidio, pero si tu corazón
siente un odio racial e irracional hacia los judíos, no vas a ver ningún problema
es eliminarlos, quizá para ti fuera hasta bueno. Por eso, en el campo de los derechos humanos,
es un tema complicado. Como en el experimento de las descargas eléctricas, si
el sujeto que imponía el castigo no veía el sufrimiento del castigado, no
hallaba ningún reparo en impartirlo, quizá, hasta la muerte del segundo.
Otra versión factible del flexible refrán pudiera ser “ojos
que ven, corazón que no siente”. Vas por la calle, ves a un mendigo y pasa de
largo. Todos somos conscientes de la dura realidad, pero nos cegamos, no
queremos verla para que no nos afecte. Deshumanizados. Buscamos que nuestro
corazón no sienta. Insensibles. Como tras un desengaño, nos mentimos para no
sufrir. Negamos lo evidente, cegamos nuestros ojos, no sentimos, pero hemos
visto.
¿Y qué acerca de “corazón que siente ojos que no ven”?
Es, en mi opinión otra bonita forma de engañarse, tan viable como la anterior. Tu
corazón siente de forma inevitable algo que es posible que no quiera sentir. Falseas
ese sentimiento, lo edulcoras para no ver, si no ves no crees, aunque sea una
imaginación. Es supuesto que al tiempo dejaras de sentir por aquello que no
ves, volviendo a la forma inicial del refrán.
Todo esto constituye así un principio de no
contradicción, donde si no ves no sientes y si ves sientes, aunque no sientes
si solo si no ves y no ves si solo si no sientes.
Y es que el corazón tiene razones que la razón no
entiende.
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