domingo, 11 de diciembre de 2011

DESTAPA TUS OJOS
El mundo es muy grande. Es muy grande,  y está muy lleno de gente. Y a esta gente le ocurre, nos ocurren, muchas cosas a lo largo de un solo día. La televisión, la radio y todos los medios de telecomunicación nos informan día a día de las noticias que ocurren en el mundo que nos rodea, del que formamos parte. Algunas de estas noticias (más bien la gran mayoría), no nos afectan para nada, o al menos directamente. Es ya costumbre ver las reuniones de los políticos de todo el mundo, que intentan decidir qué hacer con una economía del primer mundo que se está desplomando en algunos países y que a su vez, están arrastrando a otros con ellos. Pero esto, a la gente como yo, con mi edad y con mis preocupaciones personales, ni nos afecta para nada, ni nos asusta mucho. También hay y siempre ha habido noticias sobre conflictos, guerras, dictadores,…, buenas y malas. Tal vez han firmado un tratado de paz, o tal vez se han declarado la guerra; tal vez ha subido al poder o se mantiene en él un dictador con mano de hierro que no duda en asesinar para mantener el control sobre su pueblo, o tal vez lo han conseguido derrocar. Pero el caso es que todos estos sucesos, mejores o peores, apenas afectan a personas como yo, que vivimos tranquilamente en un país con una democracia bastante buena, en la que la libertad no se ve restringida y en la que las personas tienen derechos, y con ellos sus convenientes deberes. No vemos las cosas que van más allá de las fronteras de nuestra propia vida, porque, como he dicho, estos sucesos no nos afectan. Podemos poner la cara tan larga como queramos cuando oímos que han puesto una bomba en algún país de Oriente Medio, o que un convoy  armado ha arrasado un barrio de una ciudad cuyo nombre ni siquiera nos suena, o que algunos pueblos del norte de África siguen peleándose contra ellos mismos aún después de haber caído un régimen dictatorial; pero como a nosotros no nos afectan estos hechos…Es más, si no los conociéramos, viviríamos tan tranquilos y acomodados como lo hacemos ahora. Alguien puede pensar: “No es cierto lo que dices; la gente reacciona ante este tipo de cosas”, y yo no le llevaría la contraria. Tan solo puntualizaría un pequeño detalle: solo alguna gente reacciona, solo a alguna gente le preocupa de verdad lo que pase, como he dicho antes, fuera de las fronteras de su propia vida. Todo esto se resume en el refrán que dice:”Ojos que no ven, corazón que no siente”; es decir, lo que no vemos, no nos afecta.
Pero, ¿y si lo planteáramos al revés? Me explico: ¿y si fuese “Corazón que no siente, ojos que no ven”? ¿Es capaz el corazón (o nuestros sentimientos) de cerrarnos los ojos ante aquello que nos duele o nos incomoda?                            Creo que si interpretamos estas preguntas en el sentido de que apartamos la mirada al ver algo que nos remueve por dentro, sí. ¿Quién puede mirar a los ojos a ese mendigo o mendiga que se pone delante de un supermercado pidiendo limosna para sus hijos? ¿Quién no aparta la mirada cuando se cruza con un senegalés (por ejemplo) que va vendiendo discos por los bares, o películas, o pulseras y relojes,…? Yo no. Yo aparto la mirada. Y me siento mal; muy mal. Porque cuando me cruzo con cualquiera de estas personas no siento repulsión ni miedo, sino vergüenza y desasosiego. Siento como si algo dentro de mí se removiese. Y creo que este algo es la esperanza de estas personas. Este algo es nuestra conciencia, a la que muchas veces anulamos al ver estas situaciones tan cercanas y comunes para no sentir dolor ni pena. Si fuésemos capaces de levantar la mirada hasta sus ojos y ver más allá de la máscara exterior que les ponemos a todas estas personas; si fuésemos capaces de aceptar que esa persona que tenemos delante  no es tan diferente a nosotros; si fuésemos capaces de ponernos en su pellejo, en su situación,…todas esas injusticias irían desapareciendo poco a poco. Nuestras conciencias no tendrían que sanar más sus heridas, y nuestro corazón no sufriría como lo hace al ver la delgadez de este senegalés, ni las fotos de los hijos de estas personas pegadas en un cartón con un mensaje de socorro en él. Nunca podremos cambiar el mundo si sólo un millón de personas de las casi nueve que somos se dan cuenta de esta realidad. Pero, si nadie cerrara el corazón y apartase la mirada, si todos dejásemos libres a nuestra conciencia,  tal vez sí que fuésemos capaces. Llevaría tiempo y muchos sacrificios personales, pero valdría la pena. Y, ¿quién sabe?; tal vez pudiésemos parales los pies a estos dictadores, o liberar a muchos otros pueblos que siguen oprimidos, o hacer que los Derechos Humanos se cumplan para todas las personas por igual,…
Sería maravilloso, pero uno recoge lo que siembra. Si nos quedamos de brazos cruzados en casa, todo el día con el ordenador, o con la consola, o con la “tele” esperando que lo haga otro, el mundo lo lleva claro. Todo seguirá igual; nosotros seguiremos siendo como esas piedras, impasibles e inamovibles, que ven pasar el mundo ante ellas sin hacer nada. Perderemos nuestra capacidad más humana: la de amar. Y no podemos permitirlo. Ni por nosotros, ni por el mundo. Tenemos que ser capaces de hacerle frente a ese dolor y vencerlo sin rendirse bajando la mirada, de ofrecerle al mundo nuestro pequeño y necesario granito de arena. Quítate esa venda de los ojos que te tapa la realidad que tienes delante; rasga la tela de la comodidad y la seguridad de tu rutina, y…mira. Pero sobre todo, reacciona.

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