¿Qué hay después de la muerte? Muchas personas, por no decir todas,
nos hemos hecho alguna vez esta pregunta y por muchas respuestas que se den
nunca tendremos la correcta. Nadie lo sabe y ninguna persona será capaz de
saberlo jamás. Desde la aparición de los primeros humanos siempre se ha creído
en la existencia de un “algo” tras el fallecimiento de la persona. El Más Allá,
la salvación del alma e incluso la inmortalidad son aspectos que han surgido en
todas las culturas a lo largo de la Historia. De ahí la aparición de ajuares
prehistóricos o los enterramientos egipcios. Y seguro que todos hemos oído
hablar del cielo, del infierno o de la reencarnación; que nuestros actos
condicionan nuestra futura vida…en fin, todas esas creencias populares. Todas
dan por sentado que al morir hay un
parte de nosotros que sobrevive al yo externo, y que va a algún lugar, ya sea
físico o espiritual. Es lo que se suele denominar alma.
La mayor parte de la gente se aferra a alguna de estas ideas, incluso
sin llegar a comprenderlas por completo; ya sea por la fe que profesa o bien
por creer en testimonios de gente que ha vivido experiencias cercanas a la
muerte o incluso dicen haber regresado de ella. Sin embargo todos nos hemos
puesto alguna que otra vez en la situación contraria. Todos hemos pensado que
al morir no pasará nada, en que llegará un día en que tengamos que decir adiós,
en que tendremos que poner punto y final a nuestra historia; en que llegará un
momento en el que no seremos más que polvo en el viento y en el que dejaremos
de existir para pasar a ser única y exclusivamente un recuerdo en la mente y el
corazón de quienes nos conocieron y un esqueleto en un ataúd. Ciertamente no es
una perspectiva muy alentadora, pero es la real. Desde el punto de vista
biológico no somos más que un conjunto de células y aquello que llamamos alma,
aquello que nos permite decidir e incluso pensar, aquello que escapa de
nosotros cuando perecemos, no es más que resultado del funcionamiento de
nuestro cerebro; el alma sería solamente una salida rápida para intentar
explicar aquello que no somos capaces de comprender. ¿Qué ocurre entonces al
morir? La respuesta es sencilla: Nada. Cuando muere alguien somos conscientes
de que no la volveremos a ver. Pensar que su alma o su espíritu han ido a un
lugar mejor simplemente nos alivia el dolor, pero la realidad sigue estando
ahí: se ha ido y nunca volverá.
Todos sin excepción, incluso los que creen en la vida tras la muerte,
tratamos este aspecto desde la idea de que desapareceremos, aunque es una idea
que nos negamos a aceptar. Morir nos genera miedo, miedo por no saber qué
pasará, miedo por dejar de sentir, miedo a no ser recordados y a haber pasado
por este mundo sin pena ni gloria, miedo a dejar de pensar y miedo por no volver
a ver a quienes nos rodean. Sin embargo… ¿Qué sería de la vida sin la muerte? No
debemos temerla, es más, debemos valorarla. De no ser por ella no apreciaríamos
la vida, si no pensásemos que algún día esto acabará no nos daríamos cuenta de
lo valioso que es aquello que se nos ha dado. Somos mortales, por ello cada día
debemos hacerlo único. No estoy diciendo que cada acción que tomemos la hagamos
pensando en que un día moriremos, ni mucho menos. Sería darle demasiada
importancia. No merece la pena vivir de esa manera, en ese caso no viviríamos
la vida, sino la muerte.
Ni tú, ni yo ni nadie sabe a
ciencia cierta qué ocurrirá cuando llegue nuestra hora, si no pasará nada o si
pasaremos a una vida nueva. En cualquier caso debemos valorar esta oportunidad
que se nos está ofreciendo, la vida. Somos nosotros y sólo nosotros quienes
decidimos si tomamos dicha oportunidad ahora que somos capaces, porque puede
que cuando nos decidamos a hacerlo sea demasiado tarde…
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