viernes, 11 de noviembre de 2011

El último adiós


Muerte. Cuando mencionamos esta palabra, no podemos evitar que un escalofrío nos recorra la espalda. La muerte, definida desde un punto de vista biológico, se entiende como el cese de toda actividad vital.
Hay muchísimos temas a tratar sobre la muerte, pero creo que el más interesante es,
¿por qué nos inquieta tanto la idea de morir? ¿Por qué desde tiempos inmemoriales hemos intentado evitarla? ¿Por qué nuestro cerebro se empeña en sobrevivir y no contempla la muerte como una opción viable?
Desde que el ser humano es algo más que una bestia bípeda, se ha planteado que ocurre tras la muerte. Las religiones tratan de dar una respuesta, por ilógica que sea, a lo que hay “ más allá”. Se habla siempre de un lugar paradisiaco, o bien de un lugar inhóspito y sombrío, pero nunca se contempla la idea de que no haya nada. Siempre se busca una continuación a la vida. Estas especulaciones tienen como objetivo principal disminuir el pavor que la sombra de la muerte proyecta sobre nuestra mente. Por una parte, es  lógico pensar que, por el bien de la supervivencia de la especie, la muerte deba ser evitada, pues si a todos nos produjera indiferencia o incluso placer la idea de morir, probablemente nuestra esperanza de vida sería drásticamente más corta. También es digo de mención que somos seres que basamos nuestra vida en la razón, y la muerte es algo que no logramos comprender, basicamente porque no hay nadie que haya vuelto después para comentarnos que tal se “ vive” en el otro mundo. Si nos detenemos en este punto podemos deducir que lo que nos inquieta no es la idea de morir, sino el desconocimiento de lo que hay tras este proceso. ¿Qué nos aguarda, felicidad o desdicha? O mejor dicho,¿nos aguarda algo? Son las eternas preguntas para las que nunca habrá respuesta, a no ser que logremos derrotar a la mismísima madre naturaleza y traer de vuelta a aquellos que nos han dejado.
Probablemente la muerte nos asuste no solo por todas las razones dadas anteriormente, sino porque va asociada al dolor. Y no me estoy refiriendo a una muerte dolorosa, sino al dolor emocional que la muerte crea a nuestro alrededor. Solamente con conocer la muerte de un conocido nos damos cuenta de la fragilidad de nuestra existencia, y somos conscientes de que estamos de paso por esta vida, de que todo es perecedero y de que debemos aprovechar al máximo el presente, carpe diem! ¿Pero qué pasa cuando ese alguien no es un conocido, sino que es tu padre, tu madre, tu hermano, tu pareja o tu mejor amigo? No se hasta que punto habreis sentido dolor, pero casi puedo aseguraros que la pérdida de un ser cercano es una de las peores cosas que alguien puede vivir, y que por desgracia, a todos nos llegará tarde o temprano. Es como si te arrancaran inesperadamente una parte de ti, y esa persona, que ocupaba un hueco en tu vida, escapara a un lugar muy lejano. La desesperación que te produce el saber que no vas a volver a ver esa persona no es todo, sino que uno debe de afrontar el gran interrogante, ¿dónde está? ¿Está en algún lado? ¿Sigue existiendo?  Incluso cuando no está, nos seguimos preocupando por esa persona, y tratamos de ubicarla siguiendo criterios físicos y humanos, como un lugar, o el simple concepto de existencia, sin plantearnos si quiera que la dimensión humana no puede cubrir estos interrogantes, a fin de cuentas,
¿qué es existir?
Dejando a un lado esta visión pesimista de la muerte, debemos tener algo en cuenta: ya dijo una vez Jorge Manrique “ Nuestras vidas son los ríos que van a parar al mar,que es el morir” No podemos vivir mirando a la muerte como un enemigo, de este modo la felicidad será inalcanzable. La muerte está tan segura de su victoria que nos deja toda una vida de ventaja. Conociendo ya nuestra derrota, ¿por qué malgastar la vida esperando ese momento? Es mejor vivir cada día como si fuera el último, dar lo mejor de nosotros, y así, cuando nos toque irnos, no lo haremos con miedo o con frustración, sino con una sonrisa en los labios y las satisfacción que produce haber aprovechado nuestro tiempo.

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