Muerte. Cuando mencionamos esta palabra, no
podemos evitar que un escalofrío nos recorra la espalda. La muerte, definida
desde un punto de vista biológico, se entiende como el cese de toda actividad
vital.
Hay muchísimos temas a tratar sobre
la muerte, pero creo que el más interesante es,
¿por qué nos inquieta tanto la idea
de morir? ¿Por qué desde tiempos inmemoriales hemos intentado evitarla? ¿Por
qué nuestro cerebro se empeña en sobrevivir y no contempla la muerte como una
opción viable?
Desde que el ser humano es algo más
que una bestia bípeda, se ha planteado que ocurre tras la muerte. Las
religiones tratan de dar una respuesta, por ilógica que sea, a lo que hay “ más
allá”. Se habla siempre de un lugar paradisiaco, o bien de un lugar inhóspito y
sombrío, pero nunca se contempla la idea de que no haya nada. Siempre se busca
una continuación a la vida. Estas especulaciones tienen como objetivo principal
disminuir el pavor que la sombra de la muerte proyecta sobre nuestra mente. Por
una parte, es lógico pensar que,
por el bien de la supervivencia de la especie, la muerte deba ser evitada, pues
si a todos nos produjera indiferencia o incluso placer la idea de morir,
probablemente nuestra esperanza de vida sería drásticamente más corta. También
es digo de mención que somos seres que basamos nuestra vida en la razón, y la
muerte es algo que no logramos comprender, basicamente porque no hay nadie que
haya vuelto después para comentarnos que tal se “ vive” en el otro mundo. Si
nos detenemos en este punto podemos deducir que lo que nos inquieta no es la
idea de morir, sino el desconocimiento de lo que hay tras este proceso. ¿Qué
nos aguarda, felicidad o desdicha? O mejor dicho,¿nos aguarda algo? Son las
eternas preguntas para las que nunca habrá respuesta, a no ser que logremos
derrotar a la mismísima madre naturaleza y traer de vuelta a aquellos que nos
han dejado.
Probablemente la muerte nos asuste
no solo por todas las razones dadas anteriormente, sino porque va asociada al
dolor. Y no me estoy refiriendo a una muerte dolorosa, sino al dolor emocional
que la muerte crea a nuestro alrededor. Solamente con conocer la muerte de un
conocido nos damos cuenta de la fragilidad de nuestra existencia, y somos
conscientes de que estamos de paso por esta vida, de que todo es perecedero y
de que debemos aprovechar al máximo el presente, carpe diem! ¿Pero qué pasa
cuando ese alguien no es un conocido, sino que es tu padre, tu madre, tu
hermano, tu pareja o tu mejor amigo? No se hasta que punto habreis sentido
dolor, pero casi puedo aseguraros que la pérdida de un ser cercano es una de
las peores cosas que alguien puede vivir, y que por desgracia, a todos nos
llegará tarde o temprano. Es como si te arrancaran inesperadamente una parte de
ti, y esa persona, que ocupaba un hueco en tu vida, escapara a un lugar muy
lejano. La desesperación que te produce el saber que no vas a volver a ver esa
persona no es todo, sino que uno debe de afrontar el gran interrogante, ¿dónde
está? ¿Está en algún lado? ¿Sigue existiendo? Incluso cuando no está,
nos seguimos preocupando por esa persona, y tratamos de ubicarla siguiendo
criterios físicos y humanos, como un lugar, o el simple concepto de existencia,
sin plantearnos si quiera que la dimensión humana no puede cubrir estos
interrogantes, a fin de cuentas,
¿qué es existir?
Dejando a un lado esta visión
pesimista de la muerte, debemos tener algo en cuenta: ya dijo una vez Jorge
Manrique “ Nuestras vidas son los ríos que van a parar al mar,que es el morir”
No podemos vivir mirando a la muerte como un enemigo, de este modo la felicidad
será inalcanzable. La muerte está tan segura de su victoria que nos deja toda
una vida de ventaja. Conociendo ya nuestra derrota, ¿por qué malgastar la vida
esperando ese momento? Es mejor vivir cada día como si fuera el último, dar lo
mejor de nosotros, y así, cuando nos toque irnos, no lo haremos con miedo o con
frustración, sino con una sonrisa en los labios y las satisfacción que produce
haber aprovechado nuestro tiempo.
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