La libertad es un tema increiblemente amplio, y
también plenamente humano, ya que somos los únicos seres de la creación capaces
de actuar sin ser guiados unicamente por el instinto. Sin embargo, lo más
interesante de la libertad gira en torno a su posesión, a si nacemos con ella y
si se adquiere con el tiempo. La libertad no se tiene, se conquista. ¿Es esto
cierto? En cierto modo no. Cuando nacemos, por el simple hecho de ser personas
tenemos libertad de actuar como queramos. Por supuesto siempre habrá una serie
de leyes destinadas a regular nuestro comportamiento y nuestras acciones para
así garantizar una convivencia en sociedad adecuada, pero de nuevo recae en
nosotros la decisión de respetarlas, por lo que poseemos libertad para acatar o
no una norma. Nunca nadie podrá impedirnos hacer nada, solamente nosotros
mismo. Pero eso nos significa que nuestros actos estén exentos de
consecuencias. Si rompemos una norma que estaba impuesta por el Estado y
aprobada por la sociedad en la que vivimos, debemos saber que más tarde
tendremos que responder de nuestra decisión y asumir una sanción. El ser humano
tiene una buena visión de futuro, y a menudo actúa tratando de preveer las
reacciones que ocasionarán sus movimientos. Todos tenemos libertad, pero no
todos somos capaces de utilizarla debidamente, solo aquellos que saben
responsabilizarse de sus acciones y son conscientes de que su libertad termina
donde empieza la de los demás la han conquistado. Si no sabemos manejar la
libertad que nos corresponde por derecho, esta se vuelve contra nosotros, y
acabamos siendo sus esclavos, la perdemos. Por lo tanto el verdadero dilema
está en como usar esa libertad, en si de verdad merece la pena asumir esas
responsabilidades que conlleva ser libres, en ver donde empezamos a coartar la
libertad y el poder de decisión de los demás. Actualmente existen numerosos yugos que nos impiden
ser libres. Lo más sorprendente es que esas limitaciones son en su mayoría
psicológicas. En ocasiones tememos más la repercusión social que el castigo
propiamente dicho, por lo que se llega a pensar que las sanciones bien prodrían
quedar obsoletas. Constantemente rehuimos formas de hacer las cosas,
pensamientos, palabaras… todo para evitar que nuestro prójimo no nos mire con
suspicacia ni con hostilidad. Es tal el poder de sugestión de la sociedad que
en ocasiones nosotros mismos podemos llegar a imaginar por nuestra cuenta que
alguien nos discrimina por motivos que a nosotros se nos escapan, o por motivos
que nosotros conocemos pero que esa persona (víctima unicamente de nuestra
imaginación desbordante) ignora por completo. Así es que en realidad, somos
esclavos de nuestra mente, de nuestros pensamientos, de nosotros mismos.
Nosotros nos procuramos la libertad y también la esclavitud, dando lugar a una
paradoja que sin duda es bastante cómica, pues consideramos enemigos a muchos
de los que nos rodean, cuando nosotros somos nuestro único enemigo. De manera
que quizá todo lo dicho anteriormente es cierto, ¿por qué no? Pero lo que
debemos recordar es lo siguiente: los únicos hombres libres son aquellos sin
miedo, aquellos que viven en armonía con ellos mismos, solo ellos han
conquistado su libertad.
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