La tecnología es el conjunto
de conocimientos técnicos que posee una sociedad. Permite producir ciertos
bienes y servicios que, generalmente, nos son de utilidad positiva, como en el
campo de la medicina, en el cual las tecnologías han tenido un papel esencial a
la hora de encontrar cura a enfermedades
hace unos años mortales, o en el de la alimentación que, gracias a las nuevas
tecnologías, aquí en el primer mundo tenemos alimentos como para saciar al
doble de población. Pero existen otros casos en los que la utilizamos
simplemente para autodestruirnos, como es el caso de la bomba atómica.
Con una visión general, yo
creo que las nuevas técnicas nos enriquecen como sociedad, nos facilitan muchas
tareas, pero también he de decir, que desde mi punto de vista, la tecnología
está teniendo una evolución exponencial para el cual no está preparado el ser
humano. Desde el origen de la especie, el ser humano ha necesitado ante
cualquier mínimo cambio un período de asimilación, de adaptación, del cual no disponemos
hoy en día. Se descubren miles de cosas nuevas de la noche a la mañana que, cuando
comienzas a asimilarlas, ya están obsoletas. Llegará un momento en el que el
ser humano no dé abasto con tanto descubrimiento. Aparecerán entonces las
consecuencias de las que hoy día ya tenemos algunos indicios. Tendemos hacia un
consumismo inmenso, la base del funcionamiento de la vida está en comprar y
vender. Estamos olvidándonos, por ejemplo, de qué es reparar un aparato. Cuando
algo se estropea, simplemente optamos por comprar uno nuevo, consecuencia de la
conocida obsolescencia programada: todo aparato tiene una fecha de caducidad llegada
la cual va a dejar de funcionar y, listos de nosotros, que vamos a la tienda a
comprar otro, mandando todo nuestros desechos a países del Tercer Mundo.
Estamos dando lugar a una actividad económica sin pies ni cabeza que, como no
espabilemos, va a tener consecuencias imprevisibles.
Como ya he dicho antes, la
tecnología nos ayuda a desarrollarnos como sociedad, pero en su dosis justa. Al
principio, éramos nosotros los que las dominábamos y sabíamos hacer uso de
ellas en los momentos más indispensables, teniendo una vida por encima de estas
nuevas ciencias. Pero aunque suene trágico, he de decir que es real que hoy día
son ellas las que nos dominan a nosotros. Si hay algo que nos diferencie de los
aparatos es la capacidad de relacionarnos y sentir por los demás, y empiezo a
dudar si no empezarán a romperse relaciones personales por culpa de estas
tecnologías. Estamos empezando a no saber diferenciar entre tiempo para los
demás y tiempo para lo “técnicamente” superficial. Muchas de las horas del día las
dedicamos a interaccionar con aparatos y las estamos restando de relaciones
personales, relaciones físicas. Nunca un chat podrá tener la agilidad ni el
calor de una tertulia: la de expresiones de rostro que nos perdemos,
resoplidos, palmaditas, olores, guiños, complicidades, roces, silencios,
timbres, tonos, ... sabores.
Otro problema importantísimo
es que, como bien sabemos, la tecnología no tiene un desarrollo equitativo en
todas las zonas del mundo. En zonas del Tercer Mundo conocen algo acerca de
esto, pero no por voluntad propia, sino porque otro gran defecto de este
desarrollo es la ambición y el egoísmo que provoca el querer descubrir y
producir más y más, obligando empresas multinacionales a trabajar a países del
tercer mundo en la producción de bienes que luego disfrutaremos aquí.
Necesitamos control: todo es
bueno en esta vida pero de una forma controlada. No podemos hacer de algo que
nos puede beneficiar, un perjuicio, por no saber hacer un uso razonable.
Si contáramos puntos a favor
y puntos en contra de la tecnología tendríamos muchos más puntos beneficiosos,
pero los pocos negativos existentes, pueden convertirse en peligrosos si no
tratamos de solucionarlos.
La evolución de las especies
se ha consolidado a lo largo de millones de años a través de variaciones
lineales en el tiempo. La tecnología, como ya he referido anteriormente, está
creciendo desde hace tiempo a ritmos exponenciales para los que no estamos
preparados: ni nosotros, ni el resto de especies, ni nuestro planeta.
Deberíamos, como
responsables que somos de nuestro mundo, hacer esfuerzos para conseguir crecimientos dulcemente
logarítmicos de ahora en adelante y, de esta forma, aliviar el estrés que
padecemos.
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