domingo, 29 de abril de 2012

CABLES SUELTOS EN NUESTRA CONCIENCIA


“Bueno, voy a dejar un momentito el “Tuenti”, y voy a concentrarme en la disertación… ¡Ay, espera, que José acaba de mandarme un mensaje privado…! ¡Ja,ja,ja, que gracioso es el tío! ¡Voy a responderle…! Bueno, no, mejor lo hago luego, que la disertación esta de Filosofía es dificililla. A ver, el tema es… ¡Hey, acabo de oír el tono de mensajes del móvil! ¿Dónde lo habré puesto…? ¡Ah, está aquí encima de la mesa del ordenador! A ver, un mensaje de Laura… ¡Qué pesadita es!  “luego nos bmos”. Hala, mensaje respondido, y ahora… ¡Ah, sí, la disertación! Entonces, el tema es… “El ser humano y la Tecnología”. ¡Bufff, que pocas ganas…! Bah, mañana la hago. Si total, es para el domingo…Yo voy a echarme una partidita a la Play, y descanso un poco de tanto trabajo…”
A las personas siempre nos han llamado la atención las cosas nuevas, y una de esta cosas es, por excelencia, las nuevas tecnologías. Cuando un nuevo producto sale al mercado, e incluso antes, toda nuestra atención, tanto consciente como inconsciente, se vuelca hacia él, hasta el punto de que no podemos dejar de pensar en tener cuanto antes ese nuevo “cacharrito”, que a lo mejor lo único que tiene de distinto con el modelo anterior es su forma, tamaño o las aplicaciones que puede tener. Pero, oye, es nuevo, así que lo demás son detallitos sin importancia. Hoy en día hay que estar siempre al tanto de las últimas tendencias.  Cuando vemos en las manos del compañero el nuevo “Smartphone”, nos da un “pelín” de envidia, y corremos a la tienda a hacernos con uno igual, pero en un color más chulo, para poder mirar por encima del hombro al compañero de turno y decirle, con voz orgullosa “¿A que mola?” Y pensamos para nuestros reconfortados adentros: “¿Quién es el guay ahora?”.
 ¿Qué queréis que piense? Menudo millón y medio de años de evolución. Después de tanto tiempo madurando nuestra capacidad de comunicación, nuestra inteligencia, nuestra tecnología y nuestros valores humanos…Y vamos de decimos: “¿Quién es el guay ahora?”. Y nos quedamos tan contentos, porque hemos logrado superar a otros, y eso nos hace sentir bastante bien. En fin, que si somos la especie más inteligente del planeta, la pobre madre Tierra la lleva clara, y nosotros, igual, porque no nos damos cuenta que estos pequeños actos de chulería y de satisfacción personal ante los demás no nos llenan, no nos completan. Al contrario: nos separan y destruyen nuestras relaciones (“Divide y vencerás”, como dice el refrán), y hacen que deseemos más, y más, y más… 
Esto tiene dos grandes grupos culpables. El primero es, sin ninguna duda, la asociación entre las empresas que “crean” la tecnología (no la crean, sino que la actualizan. Los que la crean de verdad son científicos anónimos) con las empresas publicitarias. La alianza entre ambas es tan fuerte y efectiva que son capaces de “poner de moda” cualquier cosa, aunque esta sea muy parecida a sus predecesoras, si les conviene. La clave para una buena venta depende de la forma de vender el producto, y la que más éxito tiene es el uso de los medios de comunicación y la publicidad (la mayoría de las veces, engañosa) para dar a conocer el producto. Porque ellos también están en el ajo, y las empresas tecnológicas les pagan cifras enormes si el producto en cuestión tiene éxito. Además, más allá de la compra-venta de tecnología, estos medios de comunicación también controlan toda la información que nos llega al resto de los ciudadanos, lo que les da libertad para retocarla un poco, o incluso no sacarla a la luz. ¿Quién está detrás de todo esto? ¿Cómo pueden ocurrir estas cosas en nuestro país, que a pesar de estar en crisis, sigue perteneciendo al “bando ganador” en el mundo? La codicia y el poder nos ciegan a todos, menos a los que prefieren antes el bien ajeno antes que el suyo propio. Y no es que las personas que trabajan en los medios de comunicación sean malvadas, retorcidas y tengan cuernos y una risa escalofriante (al menos, no todas), pero viven de su trabajo, y esto a veces implica agachar la cabeza ante la presión de sus superiores para no ser despedidos. Conseguir un nuevo empleo sería muy complicado, y más en el estado actual de la economía y el trabajo. Aunque personalmente opino que no deberían aguantar estas presiones por voluntad propia, entiendo y respeto su decisión, y les compadezco, por no ser amos de su destino, capitanes de su alma.
Sin embargo, no podemos culpar solo a las empresas. Como ya he dicho, hay un segundo culpable, aunque duela reconocerlo: nosotros mismos, la sociedad.  La vigésimo segunda edición del diccionario de la Real Academia de la lengua Española (la RAE) define “Sociedad” como “Agrupación natural o pactada de personas, que constituyen unidad distinta de cada uno de sus individuos, con el fin de cumplir, mediante la mutua cooperación, todos o alguno de los fines de la vida”. Entonces, ¿cuándo hemos pasado de ser eso, a ser esto? : “sociedad que se caracteriza por el consumo masivo de bienes y servicios, disponibles gracias a la producción masiva de los mismos.”. O lo que es lo mismo: la sociedad de consumo. ¿Cuándo hemos dejado de ser un grupo humano de fines, ideas, opiniones o patria comunes, a un grupo de consumidores empedernidos que solo buscan satisfacer su codicia? Pues desde que nos ha empezado a preocupar nuestro aspecto exterior y lo que los demás piensen de él, y por tanto de nosotros. Hoy en día, nos juzgamos los unos a los otros por las apariencias, y sabemos que las apariencias nos pueden engañar.
Retomando un poco el hilo, con la tecnología nos pasa algo muy parecido, por no decir igual: algunas personas sienten la necesidad de tener el mejor producto de la mejor marca, porque así se sienten más seguras ante los demás. Y esto es solo una ilusión creada por estas marcas. No eres mejor por tener lo mejor. Eres mejor si intentas ser mejor, y no me refiero a ser superior. Pero lo hemos olvidado, porque estamos demasiado a gusto en nuestra nube de satisfacción personal como para darnos cuenta de que, en cierto modo, nos están controlando. Solo somos peones en una partida cuyos jugadores son las grandes empresas, y cuyo único objetivo es el dinero. Su feroz e incesante batalla a muerte nos atrapa en un fuego cruzado que nos hace bailar al son de su codicia por un tablero de oro y sangre. La sangre de aquellos que se oponen a aniquilar al enemigo, y que acaban en la calle por ello, mancha las crueles manos del dinero y sus adeptos, que excusan estos despidos culpando, entre otras cosas, a la tecnología, porque según ellos estos despidos se producen porque una máquina sustituye alguien en su puesto de trabajo. De esta forma, matan ya no a dos, si no a tres pájaros de un solo tiro: se ahorran el salario del trabajador despedido, aumentan la producción y el ritmo de trabajo (ya que la nueva máquina no se cansa), y desvían la atención de la opinión pública, a la que poco a poco consiguen engañar, convenciéndola de que la culpa de que haya tanto paro la tienen la tecnología, los inmigrantes, etc. Varios estudios han demostrado que estos dos grupos en concreto, los inmigrantes y las máquinas,  no solo han conseguido aumentar el índice de  natalidad y de demografía, sino que además han dado fluidez a la estancada economía de nuestro país. 
Cuando el último tornillo de una nueva máquina se enrosca en su correspondiente agujero, esta nueva tecnología, milagro del ingenio y la creatividad del equipo de diseñadores y constructores, sigue siendo neutra. Es decir, su único propósito es hacer nuestra vida un poco más fácil. A partir de este momento, es cuando la máquina pierde su neutralidad, aunque siga cumpliendo su objetivo inicial. Todo depende de las manos que la hagan funcionar, y por desgracia, en la mayoría de los casos, una de las manos pone en marcha la máquina mientras la otra sujeta una gran bolsa de dinero. Aunque no siempre es así. Si la tecnología se hubiese utilizado siempre para fines bélicos o de interés únicamente personal, no hubiera tenido el auge que ha tenido durante los últimos siglos. También es cierto que la tecnología está implicada en muchísimas muertes y destrucciones. Nada ha matado de un solo golpe a tanta gente como la bomba de Hiroshima. Una bomba no tiene otro fin que matar a gran escala, pero como dije antes, todo depende de las manos en las que caiga, no de las manos que la hicieron. En este caso en concreto, la bomba atómica no fue construida por personas maquiavélicas que se querían vengar de la humanidad, sino por grandes científicos, como Albert Einstein, que fueron obligados a construirla. Cuando fue acabada,  fue lanzada desde un avión, y cuando el piloto y sus acompañantes vieron el resultado, se arrepintieron de haber seguido las órdenes. Se suponía que ellos eran los “buenos”, los que traerían la libertad y la paz a Europa y a Oriente, y para ello habían matado a millones de personas. ¿El fin justifica los medios? Opino que no, y mucho menos cuando en los medios es necesario matar. Pero ¿qué hubiera pasado si no la hubieran lanzado? Nunca lo sabremos, y tal vez sea mejor así.
Sin embargo, la tecnología por sí sola no es mala, pues es algo inerte, construida por el hombre. El peligro está cuando es utilizada para el bien personal, en vez del bien común, y si además hay dinero de por medio, como ya he dicho antes. De todas maneras, sin los aviones, los trenes, los coches, la radio, la televisión, los ordenadores, las naves espaciales, los teléfonos móviles y muchos otros aparatos, no seríamos lo que somos, porque cuando aplicamos nuestro ingenio, nuestra creatividad y nuestra inteligencia en la tecnología, somos más humanos. Forma parte de nosotros, pero lo que debemos evitar es formar parte de ella; evitar ser un caparazón vacío que “va a la última”. Tropezar con los cables sueltos de nuestra conciencia, desconectada por la avaricia.
“¡Por fin acabé, y he tomado una decisión!¡A partir de hoy, no permitiré que las nuevas tecnologías me absorban tanto tiempo!¡Esta es la última tarde que me quedo en casa chateando en vez de salir a dar una vuelta!¡Nunca más seré tan superficial como lo he sido hasta ahora!¡Jamás volveré a preocuparme por el “qué dirán”, o pareceré un hipócrita!¡Nunca más…! Hey, espera. ¿Eso que suena… es el móvil?”

No hay comentarios:

Publicar un comentario