"No te detengan los juicios humanos; descarga tu
conciencia y no temas sino a Dios.” Esta es una frase de San Francisco de
Sales, para mi quizás es una frase demasiado acertada. ¿De verdad puede alguien juzgarnos? Las personas hemos
nacido libres, respetando unos derechos y deberes, pero si alguna vez
incumplimos una de estas normas, somos juzgados y sancionados. ¿Quién tiene el
poder de juzgarnos? Si respondiésemos a esta pregunta de forma rápida y sin
pensar muchos diríamos: “está claro, los jueces”, pero el único juicio que de
verdad va a tener un peso fuerte en nuestra vida es el juicio que preside el
propio Dios. El Señor no distingue entre cada uno de nosotros, a todos nos
trata con el mismo amor y nos ve bajo la misma mirada, la de un padre, por eso
creo que es justo que él sea el único capaz de juzgarnos. Puesto que en el
juicio final no habrá testigos, abogados, pruebas del delito… solo el
conocimiento de Dios que sabe todos nuestros pasos en el camino de la vida.
¿Se puede incumplir la ley y no ser sancionado? Está
demostrado que cualquier falta leve o grave contra las leyes es penalizada,
pero tratándose del juicio de Dios del
que se habla en el primer párrafo… ¿Dios nos penaliza a nosotros? Por lo que he
ido escuchando y entendiendo, Dios no castiga, no echa rayos sobre nosotros, ni
seca los mares… nos muestra el camino de la confesión y el perdón. Si aceptas
tus errores y tienes fe en él, cuando acabe el juicio tendrás un banquete sentado
a su lado en la mesa del Reino de los Cielos. Si no aceptas estos errores,
¿existe la posibilidad del infierno? El infierno es un
concepto del que todavía no estoy muy segura, según la película “La lengua de
las mariposas”, una escena en la que están el profesor y Monchu, este le dice
al pequeño: “Ese infierno del mas allá no existe. El odio, la crueldad... eso
es el infierno. A veces el infierno somos nosotros mismos.”. Esta frase refleja
mi borroso ideal del infierno, no creo que exista un lugar subterráneo dominado
por un demonio, creo que el infierno lo creamos nosotros mismos dentro de cada
uno, y los únicos que reinan son el mal, el egoísmo, la avaricia... por esto creo
que nadie va al infierno, justo cuando nos encontramos con la presencia de
Dios, algo crece en nuestro interior, un pequeño brote de la planta de la
esperanza, una primera flor del rosal de la muerte, se enciende un chispa que
pronto se convierte en llama. Yo, simplemente, lo llamo fe.
La Ley de Dios consta de 613 mandamientos y ordenanzas, pero
creedme todo se reduce a uno de ellos “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Y
así es, en esta sociedad tan egoísta, si todos quisiésemos el bien de la
persona que tenemos al lado como el nuestro propio, la vida no estaría
condicionada por reglas y prohibiciones, solo por buenas acciones y desintereses.
He querido darle un enfoque a esta disertación religioso, pero
por un detalle muy simple; para mí, la única justicia que marcará mi vida, es
la justicia divina, donde antes de la sanción siempre encontraras la
posibilidad de un perdón.
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